La semana pasada, nuestro colega y amigo mío, el Embajador del Pakistán, comparaba las Naciones Unidas con un velero viejo lleno de filtraciones que tratábamos de reparar en pleno viaje.
A pesar de que eran menos de las cinco, muchos turistas gozaban del alivio en las piedras de la playa, y empezaban a aparejar los veleros después de tres días de penitencia.
Bebía en la sala de estar, bebía en la biblioteca e incluso a veces bebía en el velero; pero nunca en exceso, sino lo justo para alcanzar aquel dulce estado a medio camino entre la sobriedad y la embriaguez.